Cristóbal Vega Álvarez nació poeta y murió poeta. Yo, Jana la de la niebla (Ana Vega Burgos en el mundo real), su hija, siento que lo más íntimo que puedo hacer por él, para darle una alegría donde quiera que esté, es ir poniendo en este blog, poco a poco, los incontables poemas que fueron el sentido y la justificación de su vida, lo que le hizo vivir hasta los noventa y cuatro años con el alma llena de ilusiones.
Escribir era el estímulo que le impulsaba, la campana que repicaba sobre su corazón para hacerlo latir. Escribir lo salvó de la locura de más de veinte años en prisión, de la desesperanza de perder a su amada, mi madre, Antonia Burgos Béjar, "la escritora campesina" de Villafranca de Córdoba. También hablaré de ella en estas páginas e insertaré algunos escritos suyos; en fin, mi intención es que vuele en estas ondas su recuerdo hasta el fin de los tiempos, hasta que todos volvamos a encontrarnos, como ellos decían, tras la orilla infinita.

jueves, 4 de abril de 2013

   Hace unos días encontré dentro de un libro uno de los muchos papeles que mi padre me daba, a veces con una poesía, otras con un artículo, o una nota divertida sobre lo que fuera... Intentaba guardarlos todos juntos, pero la verdad es que el desorden y yo... vamos bastante mano a mano, y al final acababan metidos entre las páginas del libro que estuviera leyendo en aquel momento. Incluso, a veces, siendo el libro de la Biblioteca, que así he perdido algunos escritos suyos y otros míos. 
 Es un tesoro para mí porque viene ejemplo tanto de su prosa como de su poesía, esa poesía que muchas veces ni siquiera compartía conmigo y que iba directa de su mesa a la papelera. Mi padre tenía la regla de "cada día un poema", en plan trabajo, fuera bueno o malo. Algunos los copiaba a máquina y me los enseñaba, o se lo enviaba a algún amigo; otros no le acababan de convencer y, simplemente, los rompía y más tarde iban al contenedor de reciclado. Allí se pasaba largos ratos echando sus enormes cantidades de papeles.
  Es una lástima no poder escanearlo para que se viera tal cual. Escrito a dos columnas, la primera en prosa y abajo una de sus líneas de asteriscos (le encantaba decorar sus escritos con la máquina) y una foto de un coche, en blanco y negro, que no era el Forito pero quedaba bien allí. Si mi padre hubiera conocido las maravillas del ordenador -y se hubiera dejado convencer, que a su edad ya era cabezón-, hubiera disfrutado de lo lindo, porque le gustaba mucho eso de buscar fotos e imágenes adecuadas al escrito, lo pegaba todo y hacía fotocopias, y luego nos las daba. Él sí que tendría que haber tenido un blog, yo creo que habría disfrutado lo indecible con los comentarios, metiéndose en unos y otros, hubiera hecho montones de amigos, porque era por correo y recibía cartas de todas partes, y se gastaba media pensión en sellos de correo para no dejar a nadie sin respuesta.
 Era la caña.
 Hoy hubiera cumplido 99 años. Le hubiera hecho un pastel de esos míos que le gustaban tanto, con zumo de naranja y azúcar moreno, y por ser un día tan festivo, lo habría rellenado de cabello de ángel y cubierto de chocolate fundido. ¡Hummm! Y el almuerzo, a elegir por él, pero siempre con un vinito de Rioja, que tanto le gustaba. 
 Mi amigo Pelayo me ha sugerido que vaya al cementerio en este día a tomarme allí una cervecita, en un brindis con él.
 Lo que pasa es que, como le he explicado, yo en el cementerio no me siento cercana a ellos. No hace mucho -dos sábados- estuvimos dando un paseo por el camposanto de Villafranca Anais y yo, y, aunque pueda parecer morboso, confieso que me gusta, nos gusta caminar por ese lugar tan tranquilo, tan diferente a todo, con tanto dolor y tanta paz... pero no siento que allí estén las almas de los difuntos, yo creo que, o bien están en esa "otra orilla" de que hablaba mi padre... o, si no hubiera nada de nada, pues tampoco estarían allí, ¿verdad? Solo sus "restos mortales", no lo que ellos verdaderamente fueron.
 Cada uno tiene sus creencias.
 Así, vuelvo al papel que quisiera transcribir aquí. Intentaré copiar cada punto, coma, comilla, asterisco... y que viene bien generoso en ese aspecto.

                                                          "EL FORITO"
     Era viejo, pero de ese tipo de viejos que jamás envejecen: fuertes, alegres y serviciales. Son los que, sin proponérselo, acaban ganándose la simpatía y el cariño de las personas que le rodean. Le llamaban "El Forito" porque era un viejo "Ford" de segunda mano que había llegado a ser considerado uno más de la familia. Si la furgoneta se averiaba -(la herramienta del trabajo)-, "El Forito", más o menos acertadamente, la suplía. Siempre alegre y voluntarioso. Si había que ir a buscar artículos para la venta, ya estaba "El Forito" dispuesto. Si surgía un viaje inesperado, "El Forito" aguardaba al pie del camino...
     "El Forito" para las necesidades, para los caprichos, ¡para todo! Y, sobre todo, para complacer a "la niña chica de la casa": que si al cine, que si a una obra de teatro, que si al baile en cualquier pueblo vecino, etc., etc. Sin una queja. Sin tratar de escurrir el bulto. Sin un gesto de desagrado... Al contrario: las risas y la alegría de "la niña chica" eran repiques de gloria para él. Hasta los "ruidos" del motor dejaban de ser "ruidos" para convertirse en música rítmica y melodiosa. "El Forito" se sentía feliz...
      Pero...
     ¡Los años se cobran siempre su crédito! Son... las "goteras", los "achaques" de la senectud... El carburador ("corazón" de los humanos) que empieza a fallar... Que si se notan cosas raras en el delco... Que se percibe un "no sé qué extraño" en la junta de culata... ¿La solución?
     Comprar otro coche. Y EL COCHE NUEVO LLEGA. LLEGA en nubes de incienso. En torrenteras de "piropos".
     -"¡Qué bonito! ¡Qué elegante! ¡Qué bien camina...!" Mientras que el pobre "Forito" llora en silencio. Llora en su soledad... (¡Como esos melancólicos ancianos rumian nostalgias y soledades por los rincones de la ingratitud y el olvido...!)
                                                      Y, he aquí la razón de este poema
                                                       REQUIEM POR UN INVÁLIDO
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   Lo siento mucho, mucho, pero soy incapaz de dejar pasar esto sin defenderme. No "cambiamos" al Forito por otro más nuevo y guapo por capricho, ni mucho menos. Fue cuando hubo que cambiar de gasolina, hace ya tanto tiempo que no lo recuerdo bien, el caso es que dijeron que los coches que iban con gasolina "Normal" no podrían seguir en las carreteras. Después resultó que no era así, pero cuando lo dijeron coincidió con una avería bastante cara de mi pobre Forito, y fue por eso que, con todo dolor de nuestros corazones, decidimos juntar un poco más de dinero del que hacía falta para arreglarlo y comprar otro. Pobrecillo, era un 21 blanco y nunca, pero nunca, me fue simpático. Cuando me separé de mi ex, él se lo llevó y yo me quedé con la furgoneta, puesto que era yo la que tenía que seguir en el mercadillo, él se fue lejos y a otras cosas, ya lo sabéis. Se llevó el 21 y no me dolió nada, quizá en gran parte influyera este poema de mi padre, que ese sí que me dolió en el alma.
  El pobre Forito fue mío después de pasar por las manos de cinco de mis primos, y en el camino se habían perdido los papeles del Impuesto de Circulación, por lo que no se pudo nunca hacer transferencia. No constaba en ninguna parte como mío y, sin el IC, no lo admitían en ningún desguace, por lo que no pude hacer otra cosa que dejarlo aparcado en una calle de Córdoba, qué pena. Lo veíamos cada vez que pasábamos, pues era a la entrada de la ciudad. Hasta que un día... ya no estaba. Ya lo habían retirado. 
   Fue mi primer coche "mío mío", pues me lo dio mi prima para que pudiera ir con mi padre y mi niña adonde quisiéramos, ya que mi ex no quería que cogiera yo la furgoneta "porque era malo para un coche que lo cogieran manos diferentes", y así él podía ir y venir cuando y donde quería y yo tenía que depender siempre de él. Pensarlo me está poniendo negra. Además, yo era bastante idiota, ¿por qué no me rebelé?
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   REQUIEM POR UN INVÁLIDO

(¿Quién ha dicho que los seres inanimados carecen de sensibilidad...? He aquí la íntima peripecia de un viejo "Ford" destinado, tras sus muchos años de servicio, al desguace. ¡Cuántos pensionistas humanos no reflexionarán, como este coche, declarado por ley "oficialmente viejo"...!
Lo encontraba invariablemente solo.
Solo y parado en este mismo sitio,
tal vez rumiando la fatal noticia
de hallarse en un "final" jamás previsto.

Es el problema eterno de esa Ley 
que va clasificando los destinos
y que señala a cada cual su cúspide
de ese trágico instante indefinido
en que hay que renunciar a lo que un día
fue nuestro bello sueño de infinito...

Había optado por callar sus penas,
pero en sus soliloquios escondidos
una implacable voz le sugería
que callar nunca fue el mejor camino.

Que nunca los silencios son sinónimos
del éxito, ni son el fiel amigo
que nos tiende una mano en situaciones
en que el ánimo se hunde en los abismos...

Que en este mundo la razón siempre es
del que lanza con más fuerza los gritos...
(pues para muchos sólo está la lógica
en la estridencia atroz de los chillidos.)

Mas él lleva en el alma el palpitante
recuerdo de sus múltiples servicios,
aunque sabe que "aquello" ya pasó
a la aflictiva etapa del olvido.

Evoca las sonrisas... los paseos...
Noches de ocio... Y hasta esos recorridos
que en ocasiones solo se improvisan
por una bagatela o un capricho.

Pero él... ¡siempre dispuesto! No importaron
las inclemencias del calor ni el frío,
pues todos sus afanes consistían 
en cambiar complacencias por cariño.

¡Mas "hoy"...! Al verse solo... Al sentirse
relegado al olvido...
Y verles como pasan sin mirarle
aquellos que "antes" fueron sus amigos,
sonríe amargamente y se pregunta:

-"¿Pero, es posible? ¿Ya no me recuerdan...?"
Y, enfurecido, exclama:
-"Soy yo, señores... ¡Soy yo! ¡EL FORITO!"


   Duele leer esto y hacer las comparaciones que él hace. Duele pensar en esos viejecitos, y hay muchos, que están, como mi Forito, relegados al olvido, a los que nadie les da una palmada en la espalda, con los que nadie se sienta para escucharles sus batallitas. Los que lo dieron todo a cambio de un poquito de cariño y ya que no pueden dar más, se les deja ahí, aparcados, sin siquiera una mirada por encima del hombro.
   Duele.
     

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